miércoles, 10 de junio de 2020

Una opinión de turno más

por Ricardo Rodríguez Martínez



Marzo del año 2020 se convertirá en un mes que no podré olvidar, debido a la suspensión de clases en casi todo el mundo, una consecuencia del COVID-19. Donde el pánico colectivo en mi ciudad no se hizo esperar, sin mencionar que hace dos semanas cualquier persona portadora de un cubrebocas era motivo de burla. Al paso de los días la burla acompañada de un estrés generado por el confinamiento llenó las redes sociales de diversas opiniones, unas demasiado extremas hasta rayar en lo ridículo.

El rol de las escuelas y docentes frente a un problema al cual no están preparados. Este punto lo hablé con diferentes docentes e incluso amigos en el cual la mayoría de los maestros me expresaba sus inconformidades, problemas con el manejo de las aplicaciones o el combinar su vida laboral con la personal y no estar completamente adaptados para esta situación. En cambio, algunos amigos me relataban anécdotas bochornosas de sus clases en línea, autonombrándose héroes por jugarle una “broma” a sus docentes. Esto último muy reflejado en redes, desde memes a videos con un humor muy ácido.

¿Por qué sucede esto? ¿Acaso la educación se ha convertido en un meme de turno?, ¿Es la misma sociedad quien encuentra fallas en el sistema educativo y hace burla de esto?, ¿somos la burla de un sistema educativo?  ¿O son las redes que se han convertido en zonas donde afloran las opiniones reprimidas? El lugar en el que la opinión diferente tiene su propio botón llamado “bloquear”, donde se ayuda a la madurez mental y crecimiento propio, un incremento a la filosofía de banqueta. 

Es muy complejo comprender las opiniones ajenas, todo un fenómeno de la otredad, seguido de soluciones fáciles a problemas graves. Todo lo que sucede: tener que estar aislados y muchas personas obligadas a cambiar su rutina de un día a otro. Las emociones influyen mucho sobre el pensamiento y más cuando se ven forzados a estar en su propia burbuja.

La educación cambia poco a poco y se adapta a la sociedad conforme esta la necesite, pero con un problema tan grave y que exige un cambio repentino y de buena calidad, es obvio notar todas estas problemáticas y más una que arrastra los problemas de años pasados. Es imposible resolverlos de un día a otro.

No olvidemos que los maestros son personas con errores y problemas, ante situaciones extremas, son parte de la incertidumbre, de cara a lo inesperado. De alguna forma las instituciones esperan que los docentes brinden una educación adecuada para los estudiantes, sólo un problema más, ya que no hay capacitación para todo esto y menos de una forma muy rápida. Ni siquiera las escuelas en línea están preparadas para tener una educación completa, ahora escuelas sin preparación tienen que afrontar lo inesperado y de alguna forma dar un cambio mediante conocimientos previamente adquiridos.

Para esto como estudiantes o docentes debemos estar de acuerdo ante este caos, donde las instituciones educativas cierran; además de lugares de trabajo, muchas personas no cuentan con el conocimiento sobre el manejo de estas redes o no tienen las herramientas necesarias para seguir el paso con las clases en línea. Por otro lado, aún hay personas muy ancladas al sistema educativo de antes de la pandemia, una visión muy nublada, donde no se toma en cuenta el punto de vista grave de una sociedad con incertidumbre. Un problema que no se quiere ver o no se sabe cómo continuar, dedicados únicamente a resolver con números distractores.

La educación en esta pandemia es muy compleja y, como dije anteriormente, nada fácil de analizar; sumamos las redes sociales donde en cada rincón de ellas hay un sinfín de opiniones de cómo debe ser la educación en estos tiempos, no se cuestiona la opinión sino la perspectiva vista desde el “yo”; no se preguntan el porqué de la otra persona, simplemente una falta de empatía. Acá no se puede sufrir porque “yo” estoy sufriendo más que tú.

Lo anterior me trae a un punto o más bien a una idea de muchos y muy vista en redes sociales sobre la cuarentena. “Este tiempo es para aprovecharlo y salir con un libro leído o alguna habilidad nueva” porque es el momento indicado para hacer de nosotros alguien distinto, salir más fuertes, más listos, más disciplinados y ser un “súper hombre”, porque el punto fundamental de la cuarentena siempre fue ese y no el mantenerse sano de salud.

Entiendo que para muchos la situación vivida sea como estar en cursos de verano, pero hay personas que lo ven completamente diferente: unas con el home office, otros tantos que prefieren pasar el tiempo con actividades agradables para ellos y muchas más aún con proyectos pendientes de la escuela. Idea que te obliga a trabajar después de trabajar, a ser productivo y esforzar lo más que se pueda al cuerpo sin medir las consecuencias de la salud mental. El poner la productividad sobre todo es un enfoque erróneo al igual que la disciplina, ambas requieren del conocimiento sobre nuestros límites y necesidades.

Para nadie es fácil estar encerrado y menos con la idea de cumplir retos como si se tratara de una competencia, por más gente que haya dicho que no puedes sufrir porque el otro sufre más que tú o si no sales de la cuarentena con una nueva habilidad, es ridículo y no tiene nada de empatía.

Hasta este momento no trato de satirizar las ideas anteriores que muchos tienen al respecto, es sólo otro punto de vista más y con respecto a los memes o bromas, se dice que para los menos favorecidos, la comedia y el humor siempre ha formado parte de la vida, de nosotros mismos, es una herramienta necesaria para llevar o afrontar problemáticas. Una herramienta poco seria para personas moralistas, porque qué haríamos sin ustedes en esta situación, personas comentando que hacer y cómo hacerlo o cómo comportarnos ante diferentes situaciones sin importar las consecuencias, personas que realmente saben lo “bueno y malo” de las cosas y saben más de la vida.

Una de las enseñanzas de la cuarentena es que no somos tan independientes como se pensaba, dependemos de una cantidad increíble de personas, hasta probablemente la más “insignificante”, además que es tanta nuestra ignorancia y la presumimos mediante juicios a la sociedad, es demasiado nuestro valor moral que decidimos quién realmente sufre y quién no.

 Estamos tan perdidos en nuestra rutina que olvidamos lo más esencial, somos humanos comunes y corrientes, hay cosas peligrosas en la vida, pero resulta difícil el cambio. No es que este comentario busque que se dejen de hacer las cosas de un día a otro, ni se menciona esto para transformar, es mera especulación y para muchos sin bases ni sentido.

¿Qué va a pasar el día de mañana? La respuesta a esta pregunta junto a las demás las desconozco, pero la realidad y sin caer en el caos es que hay reglas para seguir, por el momento son las redes sociales en las que podemos expresarnos en tiempos de pandemia, son ellas la salida de unos cuantos privilegiados, aunque siendo sinceros ya la era antes de la pandemia y seguirá así. En cuanto a la sociedad que intenta distraerse con cosas poco banales y probablemente a ojos de muchos sería un desperdicio de tiempo, es importante mencionarles que incluso en épocas más apocalípticas, la gente necesitó e hizo tanto como pudo en medio de lo peor, poder bailar, comer un dulce, cosas sin importancia, al final de todo somos humanos, no maquinas, buscamos la banalidad en la necesidad y viceversa.

Vivimos tiempos extraordinarios, queremos que los eventos recientes nos den un sentido y una trascendencia histórica especial. El verdadero apocalipsis que esperan muchos para esta humanidad o sistema. Al mismo tiempo se desea que este evento no cambie las cosas, se piensa que sólo será una pausa, pero no cambiará el estatus una vez que tenga su fin. Atrapados en nuestro aislamiento a la espera, incluso atrapados en este pensamiento, el mismo que dice “a buenas personas les pasan cosas buenas”; donde la realidad es diferente, una realidad que te golpea de un día a otro, sin distinguir entre “buenos y malos”. No buscamos la historia, sino la estamos construyendo nosotros mismos con pensamientos sacados de un mundo sin sentido.

 El saber cosas, conocerlas, aprenderlas requieren un esfuerzo, requieren de crítica, experimentación, ver desde otro punto de vista y no quedar en una burbuja donde todo lo que opinamos sea una verdad absoluta o ser demasiado maduros para bloquear a personas con diferentes opiniones, el simple hecho de estar en contra de la opinión tuya no significa que estoy en contra tuya, hacia tu persona. Tampoco es sólo el comentar cierto tema de actualidad desde un punto en el que no lo vives, porque hay mucha gente ahí afuera con ideas de ser especiales, con el conocimiento y sabiduría necesarios para que de alguna forma piensen que son los elegidos, los protagonistas de la vida. Para después darse de topes con la dura realidad.

El tema de la pandemia y la educación es demasiado complejo, con muchos puntos de vista a tratar, pero con todo esto no busco ser el intelectual de banqueta de turno, este trabajo sólo tiene un fin en específico. Y la reflexión a todas estas problemáticas tratadas es no caer en ideas extremistas, obvio acá cada uno es libre de opinar lo que quiere y dar su propia interpretación a las cosas conforme su perspectiva lo permita.

Me despido con la frase que dice “la verdadera pandemia es: (inserte aquí el tema al que a nadie le importa, pero muy relevante para usted)”.

martes, 9 de junio de 2020

Malwares de la educación

por Luis Daniel Luna Rivera 


Cuando no se tiene a dónde ir, lo mejor es refugiarse en el centro de uno mismo. Navegar por las dudas y hacerles frente a las inquietudes. Un millón de ideas recorren mi cabeza en estos días, y el tiempo avanza despacio cuando es prisionero de nuestra mente. En este momento presenciamos un paradigma de nuestra época, somos testigos de un evento global que desestabiliza lo que creíamos efectivo. ¿Será diferente la realidad cuando volvamos a salir? ¿Qué habrá cambiado en nosotros después del confinamiento?

Tiempo atrás, el historiador británico Arnold Toynbee con base en su experiencia como profesor investigador de la Universidad de Londres construyó una idea respecto a la evolución histórica de ser humano, la cual desarrolló a lo largo de los años que estuvo trabajando como especialista en asuntos internacionales. Dicha teoría afirma que la Historia universal, la historia escrita por el hombre, no es más que un equilibrio entre el desafío y la respuesta. Cuanto mayor es el reto, más juiciosa debe ser su objeción.

Hoy este escenario tomó por sorpresa al mayor parte de las personas porque, aunque era un diagnostico previsto hace años, la falta de información y de conciencia humana cobró la vida de millones de hombres, mujeres y niños alrededor del mundo. Se abandonaron las calles, los parques y las plazas, se cambiaron las risas por cubrebocas, los abrazos por gel antibacterial y la libertad por el miedo. Ahora más que nunca estamos solos, en el silencio de cuatro paredes a la cuales no nos terminamos por acostumbrar.

Como estudiante universitario desfilan por mi mente cientos de preguntas sobre la estabilidad humana, las limitaciones sociales y la incomprensible conducta de las personas. Ninguna de estas cuestiones parece tener una respuesta directa. Además, como alumno de letras españolas me sorprende la inmensidad de los problemas antes desapercibidos que salen a flote con esta situación. El ejemplo más claro es la supervivencia de la oferta educativa en sus dos vertientes.

Profesor y alumno están tejidos al centro de dicha dificultad. Mientras que las tareas se acumulan y las planeaciones se estancan, la lucha sigue y el enfrentamiento interno en cada representante de ambos grupos permanece hasta la entrega del último reporte. Sin importar si es adentro o afuera las obligaciones continúan y cuando no hay una evidencia directa se piensa, de manera errónea, que el esfuerzo no es suficiente.

La reflexión lleva a la nostalgia, el deseo de regresar a los días normales con profesores y alumnos en el mismo espacio. Cual náufragos anhelamos la interacción humana pues la única respuesta de nuestras cuestiones sigue siendo la misma pantalla sin ningún parecido con el pizarrón. El futuro nunca estuvo en la tecnología, el hecho es que un maestro sigue siendo necesario a pesar de los cientos de opciones digitales.

La figura del docente sobrevive como uno de los pilares de la formación de los niños y jóvenes de este país. En casa existen padres enfrentándose a la difícil tarea de enseñar a sus hijos, desde la regulación de la conducta hasta el acceso a las herramientas necesarias para el nivel cursado antes de la pandemia. Por lo anterior, han salido al público una serie de debates sobre la permanencia de este personaje en el constructo social y este periodo de aislamiento es la respuesta que tanto se buscaba.

Un maestro es más que una imagen de autoridad limitada a un salón de clases, trasciende en la carga afectiva de sus alumnos a donde sea que ellos se dirijan. Prueba de ello es la necesidad de las familias por contar con su presencia virtual para el control de sus integrantes. Solicitud presente en la mayoría de los sectores privados donde la atención de los alumnos, niños en específico, corre únicamente a cargo de los profesores y personas externas al hogar.

Sumado a la idea anterior, existe la facultad exigida por el nuevo modelo educativo de que cada profesor como facilitador se haga presente en el acceso de conocimientos en sus alumnos. Esta función se expone con mayor firmeza en estos momentos. Por un lado, tenemos frente a nosotros la mayor fuente de información posible, sin embargo, su aprovechamiento es ajeno a esa cantidad de beneficios que ofrece. Lo que provoca la necesidad de la experiencia de nuestros docentes.

Propuestas anticipadas como el Proyecto Alternativo de Educación o los canales de YouTube educativos recién abiertos son un claro manifiesto de que la educación se reinventa para cubrir, en la medida de lo posible, las exigencias de la sociedad futura. Lo anterior dignifica el reconocimiento a los profesores, maestras y educadores que sin estar preparados todos los días se enfrentan a esta constante transformación. Evolución que hoy vivimos los estudiantes sin importar el grado o la posición social.

Las clases en línea presentan rasgos tanto positivos como negativos. Dentro de sus beneficios tenemos la oportunidad de llevar una interacción discreta que favorece a la participación proporcionándoles a las personas un espacio desde el cual se sienten cómodos. La característica mencionada de esta nueva modalidad también enriquece el uso del tiempo adecuado a la necesidad del alumno llevando a cada uno a aprender a su propio ritmo. Lamentablemente, coexisten con estos argumentos descompensaciones en su ejecución.

La desventaja más significativa de los cursos online es la ausencia de interacción con otras personas. Una educación individual exige aprender desde una pantalla, y tomarla como única opción es complicado pues genera problemas de ansiedad, estrés o dolores de cabeza y espalada. Estar tanto tiempo sentado requiere de mucha diciplina sobre todo si se toma la responsabilidad de ser guía de la adquisición de tus propios conocimientos los cuales deben acercarte a tus objetivos.

En conclusión, a este punto, los cursos en línea ya no son una novedad en nuestro sistema educativo. No obstante, su efectividad no contempla la complicación que presentan algunas materias y olvida tomar en cuenta las situaciones que viven los estudiantes en sus diferentes grados. La educación presencial seguirá sobreviviendo como la solución más completa. Aunque es probable que a raíz de esta pandemia la educación en línea tomará mayor presencia en la cotidianidad de educadores y educandos alrededor del mundo.

Al vivir una crisis inédita debemos de valorar los servicios que cada oficio cubre día con día. La red social en la que vivimos funciona porque cada uno de nosotros hace lo que le corresponde. Ninguna actividad es sustituible en la esencia de su labor. Probablemente la tecnología nos ha rebasado de muchas maneras, pero solo existe una criatura capaz de ser humano, y esos somos nosotros. Educadores, médicos, obreros y repartidores, juntos nos necesitamos.

Para la universidad no es diferente. En ella se encuentran una enorme cantidad de vertientes al respecto de la función y la efectividad de la oferta educativa virtual desde que empezó la cuarentena en nuestro estado. Como nivel superior las materias son complicadas de entender sin la ayuda presencial completa, y en el esfuerzo por llevar a cada compañero la información necesaria nos encontramos con diferentes respuestas en la interacción profesor-plataforma-alumno. 

Las clases en línea son complicadas, debes depender completamente de los medios para acceder a ellas y parcialmente necesitas del conocimiento para saberlas aprovechar. El tiempo y el espacio no siempre son los adecuados, las situaciones externas que se complican por eso  impiden sentirse seguro respecto el resultado de cualquier tarea. Se desconoce el destino de cada archivo enviado y el efecto final de nuestro encuentro con los ordinarios.

En lo personal uno de los retos más difíciles en esta cuarentena ha sido poder concentrarme para escribir y resolver cada actividad que se nos pedía. Una lucha interna tenía lugar en mí cada amanecer. Me inquietaba la incertidumbre del futuro y de los cientos de cosas que iban a cambiar. Un evento sin precedentes estaba tomando forma en la época, hasta ahora, de mayor compromiso en mi vida. ¿Tiene algún sentido seguir como si todo fuera a regresar a la normalidad?

El exterior era difícil antes de la pandemia, pero ahora el entorno es más complejo. La fragilidad de la supervivencia humana nos enseñó los límites de nuestras capacidades, y las deficiencias de las decisiones tomadas hasta ahora. Las implicaciones del nuevo estilo de vida de las personas marcarán el paso del desarrollo de todas las futuras actividades. El cambio es inminente, sobre todo si se espera un óptimo desarrollo social.  

Maestros sin alumnos, fabricas sin obreros, comercios sin clientes, son parte del nuevo orden que se ha instalado en el cotidiano. Los servicios no se distribuirán con la facilidad hasta ahora conocida, habrá filas más largas y menos espacio disponible. No obstante, igual que hoy en otros momentos de la Historia han existido epidemias que representaron un desafío inminente provocando una respuesta frente a una prometedora solución. Lo más arduo está por venir.

La Gran Epidemia de la primavera del 542, la Peste Negra en 1347, Las epidemias Mesoamericanas antes de 1520 y La Gripe Española un siglo atrás fueron crisis que provocaron cambios climáticos, estancamiento administrativo, fuertes pérdidas económicas, desastres sociales y decesos significativos en sus diferentes épocas. Para cada una el distanciamiento social, las medias de higiene y el fortalecimiento del sector salud se volvieron prioridad sobre los debates acerca de la dignidad de la población no preparada para nuevas infecciones. 

Pasada la crisis en cada momento señalado, surgieron políticas más eficaces sobre la higiene y la responsabilidad urbanista en grandes concentraciones humanas, hubo cambios geopolíticos, divulgación de humanismo, tecnología sofisticada y la inversión de grandes recursos para la investigación médica. Con un poco de esperanza es posible que estos ejemplos puedan trazar el camino a seguir después de la cuarentena. Una epidemia es un reto social e individual para encontrar la solución a la altura de nuestra capacidad de progreso.

La responsabilidad está en cada uno de nosotros, los gobiernos y las autoridades planean, pero son las personas las que deciden si hacer valer estos meses en aislamiento. Se debe reinventar las normas de convivencia social si en algún momento esperamos regresar a esos días antes del coronavirus. Los exámenes, las tareas y ejercicios no tienen sentido por sí solos, nosotros como estudiantes decidimos si cada hora invertida formará parte de los beneficios cuando crucemos el umbral de nuestras casas.

Es tiempo de meditar, de encontrarnos con esa persona a la que descuidamos la mayoría del tiempo, busquemos en nosotros mismos y enfoquémonos en curar la soledad que llevamos dentro. No se trata de regresar, sino de ser mejores. Cuidar de nuestra salud y del tiempo. La esperanza no está en vivir más, no es aislarte en la rutina. Si queremos vivir, vivamos la vida y no gastemos los años que nos quedan en ella.

Cuando nos encontremos en las calles o en las plazas, meditemos sobre lo que hacemos día con día. Es obvio que no podemos vivir en la individualidad. Estamos conectados, lo que sucede en un país lejano puede afectar al vecindario donde vivimos. Ninguna acción es aislada y cada decisión involucra cambios. Cuidemos de nosotros mismos, valoremos a los doctores, a los maestros, compañeros y estudiantes. No estamos solos y la mejor vacuna es el cambio de podemos generar.  

lunes, 8 de junio de 2020

El cuerpo en el encierro como un desdoblamiento íntimo entre la vida y el tiempo

por Anadela Ramírez Sánchez



Es extraño. Esa presencia allí en la penumbra. Ese cuerpo que quizá dentro de poco se incorporará y se irá
 caminando por la calle, una visión fugaz entre la bruma de la madrugada. 
Ese cuerpo es la primera etapa infinita.       
 Salvador Elizondo





El cuerpo en el encierro entrega su espalda a la incomodidad desierta del olvido. Se deja ir: fluye. El significado de la vida y del tiempo se evoca desde una misma lengua, desde un mismo cuerpo que es capaz de percibir la realidad a través de la razón y los sentidos. 

El cuerpo adormece, invoca el llanto de lo desconocido. Sus sentidos arden en llamas, se extinguen ante la presencia de un instante que parece eterno. Desde esta doble diversa condición carcelaria, miro; plenamente miro sin ver fuera de mí; me confundo en el sucio trasluz y me disperso en preguntas inútiles. [1]¿Con qué cara debo ver al mundo, si hace poco se mostró ante mí como una prisión en la que sólo existe la muerte?

El ser se torna sensible; se reconcilia con el olvido, con el dolor. Concibe la realidad por medio de la razón, y se exalta al vislumbrar la lucidez que le apaga. Pero es la reconciliación la que le hace descubrirse. Habita un cuerpo, se pasea por él, un cuerpo ajeno.

El cuerpo busca. Busca ese recuerdo que le hará entenderse consigo mismo. El recuerdo es un signo; lo conforma la magnitud de la vida y del tiempo… Es esa lluvia que cae en medio de la noche; es el río que choca contra las rocas; es el agua que se convierte en vino; es la capacidad de cualquier mujer, es el centro del cosmos; es el presente, el pasado, el futuro. Entonces el recuerdo no puede marchitarse.

El recuerdo puro cobra sentido frente al encierro. Ese recuerdo puro, el más insignificante, el mejor de todos, vuelve hacia nosotros como un alimento, como un favor que nos devuelven el tiempo y la memoria, y todo lo que alguna vez creíamos que estaba en medio del olvido.
Aquí está mi cuerpo, tendido sobre un techo que mis padres sostienen con tanta fuerza. Aquí está mi cuerpo, creciendo, desdoblándose en medio de un acontecimiento histórico. Aquí está mi cuerpo tratando de descubrir cómo es que los perros ladran más que nunca: deja que los perros ladren/ puede que allá afuera se esté formando un nuevo origen.

Encierro: un encuentro entre la vida y el tiempo. Un ciclo, un ir y venir. Un desdoblamiento para el alma que poco a poco desaparece. El ser anhela al mundo. Quiere recuperar la conciencia y lo que le ha sido arrebatado. Así, en un momento repentino, se genera una línea temporal que separa al tiempo del hoy y del mañana. Es una sucesión, un círculo infinito, casi indestructible.

Hay una figura que pocas veces se torna visible. Cuando nadie más habla, esa figura se oculta debajo de mi piel y explora cada ventana dentro de mi habitación: es el pensamiento. Un sonido se esconde detrás de la puerta: hay una calle deshabitada… Entonces me pregunto ¿Hacia dónde se habrán ido todos esos pasos que cada vez caminaban más y más por mis oídos? Los oigo cada vez más lejos. El ruido que abisma el encierro nace desde el eco de muchas voces que han logrado sobrevivir a una realidad, que hasta cierto punto, ha traído violencia.
                                                     *
Desde la juventud, los seres humanos aprendemos a cultivar el cuerpo por medio de la razón. Nuestro interior cobra un sentido ante el mundo: esa figura se planta sobre el presente y ve pasar la vida. Ahora, en medio de la pandemia, ser joven es ver cómo el cuerpo comienza a deteriorarse; al cuerpo no le bastan las responsabilidades de la escuela, las tareas del hogar, los noticieros falsos; no le bastan las horas perdidas frente a un computador con el teclado descompuesto; no le bastan los kilos acumulados ni las dos o tres pastillas cada doce horas… Sin embargo, hoy, en medio de tanto silencio he concebido el significado de una nueva vida, para dejar atrás a esa persona que alguna vez se paseó por mi cuerpo.

Cada persona afronta su propia razón y su propio valor ante una situación que sólo nos ataca con miedo y angustia. Por las madrugadas analizo el miedo de mi madre. Veo a través de su rostro, y flota entre nosotras un destello único que me revela la verdad: el cuerpo de Lourdes representa el valor de una mujer que ha decidido afrontar la realidad utilizando ese sexto sentido que posee.     Se planta ante el mundo como lo que es: una madre.

Poco a poco comienzo a concebir lo que oculta la vida. No logro descubrirla tanto como deseo. El desamparo se siente como una mirada al fondo de una grieta. Mi cuerpo se vuelve visible, y sólo puede expresar todo lo que le es propio. Me quedo quieta frente a una habitación vacía. Justo en el centro de la pared hay una enorme ventana que pronto acerca su tranquilidad apacible. El viento arrebata la brisa cálida del momento: ahí solo cabe un encuentro íntimo entre el cuerpo, la vida, la realidad y la razón.

Todas estas palabras caben en mí como un reflejo de mi verdadero yo: mi rostro en el espejo: mis ojos inmóviles, mi piel oxidada y la turbia tempestad de mis cabellos. [2] El pasado pasa a ser parte del olvido, pasa a ser la simple melancolía de un recuerdo grisáceo que a veces me trae la noche, cuando sólo pienso en el andar de los otros. El recuerdo habita en el olvido y el olvido perfecciona el recuerdo. [3]

Soy un templo entre las ruinas de una ciudad que se ha secado en llamas: me ha consumido una llamarada púrpura que sólo incendia a los más débiles. Mi cuerpo se ha acostumbrado a vivir entre tanto silencio, que ni siquiera ha sido capaz de percibir lo poco que le falta para convertirse en una sensación pura. Ahora, el cuerpo tendrá que reencontrarse con los suyos, con la eficacia del lenguaje humano.

Mi pensamiento comprende una a una las emociones; sueña y siente a la vez, sin siquiera esperar a que el tiempo le devuelva lo que es suyo. El cuerpo en el encierro como un desdoblamiento íntimo entre la vida y el tiempo me conduce por una vía transparente en la que sólo se puede cruzar si conduces por el lado correcto. Eso sí, una vez que se atraviesa la vía debe acostumbrarse al tacto de una realidad que nunca antes ha sido poblada. La realidad a la que he tenido que enfrentarme me aterra; toca a mi ventana cada noche, y me devuelve las consecuencias de haber nacido con los ojos abiertos.

Les he preguntado a los que ahora habitan en mí, cuál es esa palabra, cuál es ese término que responde a un sinfín de interrogantes. ¿De qué se trata? ¿Qué significa esta situación tan repentina? Para mi madre, todo esto se trata de aprender a quererse un poco más; quererse a uno mismo, querer a la familia, hacer que el cuerpo no recaiga delante de un momento desconocido; para mi padre, sólo es cuestión de tener fe; de confiar en las autoridades. Cuidarse, cuidar la salud de nuestros cuerpos, y no dejar, bajo ninguna circunstancia, de creer en Dios.

Todas las tardes, mi padre se pasea por las casas de la colonia. Gira, gira y gira rápido en la misma dirección para no ser alcanzado por la verdad. A él no le importa lo que digan en los noticieros, a él le importa lo que cada noche le revelen sus sueños, aunque tengan que manifestarse ante él como la sombra de un cuerpo flotando en la inmensa nada.

¿Qué importa más que la respuesta a todos los significados de la vida y el tiempo? Importan la salud, los buenos actos, la solidaridad. Importa el tiempo que de ahora en adelante vamos a disfrutar hasta el cansancio. Importa el hogar donde reposa nuestra calma. Importan todas esas tardes cuando nos reímos de forma (in)voluntaria. Importa la intimidad de dos cuerpos conociéndose por primera vez.

Las palabras no saben cómo pronunciarse ante un momento único, real. Todos comprenden la situación a su manera. Sería imposible descubrir lo que siente cada individuo. Como experiencia personal sólo puedo decir lo siguiente:

Mi cuerpo en el encierro se ha nutrido a través de la escritura. Sea buena o sea mala, ha sido la única forma de encontrar un pequeño hueco que me acerca un poco más a la verdad. Escribir es lo que me mantiene con los pies en la tierra, afrontando lo que jamás se ha previsto. Este cuerpo es ahora una fuente vívida de luz y calor que ha venido a sobrevivir por lo menos una unidad mínima de tiempo.

Pocas veces aprendo a valorar el presente y la vida que me fue dada. Pocas veces aprendo a valorar a los otros. No hay nada como descubrir que el cuerpo, la voz y el pensamiento son capaces de nutrirse desde la cercanía de los otros. Aprender de otro cuerpo se trata de descubrir la realidad por medio de las emociones.
Nos concebimos el uno con el otro, nos concebimos en una oscuridad que yo recuerdo como impregnada de luz. Quiero llamar a esto, vida. Pero no puedo llamarla vida hasta que no empezamos a movernos más allá de este círculo secreto de fuego donde nuestros cuerpos son sombras gigantes, lanzados en la pared donde la noche inicia nuestra oscuridad interior, y duerme como una bestia muda, la cabeza sobre las patas, en el rincón. (Adrienne Rich, orígenes e historia de la conciencia)


[1] Antonio Gamoneda, La prisión transparente, 2016.
[2] Ídem.
[3] Íbidem

domingo, 7 de junio de 2020

La pandemia estudiantil


por Francisco Antonio Hernández Ortiz




Aquí en México siempre hemos vivido entre cadáveres. Con o sin pandemia, la muerte forma parte de la cotidianidad mexicana, y no porque sea el único país donde se mueren personas, sino por la idiosincrasia de la gente. Nos parece común ver en las noticias cualquier cantidad de personas asesinadas, decapitadas o desmembradas porque así es México, un país que jamás ha sido ajeno a la violencia, a la lucha, a estar en guerra contra sí mismo.

Debido a lo anterior, no creí que realmente las personas acataran las sugerencias del gobierno, y si uso la palabra sugerir es porque se consideró innecesario declarar un estado de excepción por la pandemia. No me considero capaz de dar una opinión al respecto debido a que me falta información que supongo que el gobierno tiene, pero sí es exagerado pedir que se suspendan las garantías individuales para golpear a todo el individuo que abandonase su hogar. Casi la mitad de la población mexicana vive en pobreza según el coneval, no le puedes pedir a la gente que se quede en casa a morir de inanición, porque no tienen ingresos, para que no muera de Covid-19.

Ese porcentaje de la población sale invariablemente de su casa en cuarentena, los que si no trabajan se mueren de hambre. Por otra parte, están aquellos que piensan de algo se tiene que morir uno para justificarse y salir. Son unos irresponsables, de eso no hay duda, pero esa es la idiosincrasia mexicana todo su esplendor. Todo el tiempo estamos en peligro de morir, y no me refiero a un fallecimiento natural, sino violento. Incluso al día de hoy, en plena cuarentena, más gente muere asesinada que por Covid-19. Es decir, es más probable que una persona te mate a que mueras por el coronavirus si sales de casa.

Ahora, sabiendo que un organismo microscópico puede hacer que en días tus pulmones comiencen a inflamarse, hasta inevitablemente colapsar, y el dichoso organismo está al cruzar la puerta principal de tu casa, resulta inevitable no sentir presión y estrés. Y si le sumamos ser estudiante universitario, los cuales tienden a tener trastornos de ansiedad y depresión, es la fórmula perfecta para un desastre emocional.

Dejando momentáneamente de lado la situación general y pasando a hablar personalmente, me han diagnosticado un trastorno de ansiedad el cual he tenido que aprender a manejar a lo largo del último lustro. Es complicado, pero se puede vivir sin tantos problemas como se creería si te conoces lo suficiente. El asunto es que, por mucho que me conozcas, jamás creí que tendría que aprender a manejar mi ansiedad en una cuarentena. No voy a decir que era difícil hacerlo mientras aún iba a la universidad, pero había días buenos y otros muy malos en donde la ansiedad social me hacía difícil siquiera entrar en el salón de clases donde apenas había quince almas.

Por ese lado, la cuarentena me sirvió como descanso; no obstante, después de estar encerrado cuarenta días, los estragos empezaron a verse. La irritabilidad subió, aunado a un insomnio terrible que conllevó a dormir por el día y estar despierto en las noches durante semanas. El propio estrés generaba más estrés y era un ciclo interminable, y aún lo es. Y para terminar, las fechas límites no ayudan en absoluto a mantener una calma generalizada.

En algún momento me pregunté cómo la estarían pasando los otros estudiantes en la pandemia, así que me di a la tarea de hacer un cuestionario que sirviese un poco como una entrevista, pues les exhorté a contestarla a través de un audio de la manera más espontánea posible. De las siete personas a las que mandé las preguntas únicamente una sola me las contestó de un modo escrito, las demás fueron por audio.

Si bien no es mala la idea poner en papel nuestras ideas, la expresión oral tiene virtudes comunicativas como el tono de voz, la elección de las palabras, la rapidez con que se habla de ciertos temas, qué tanto se ahonda en uno u otro y demás. Debido a esto es que se les pidió el audio a los que representarán a la población estudiantil en este escrito: los siete entrevistados y yo. Procuré que no hubiera personas que estudiasen lo mismo para tener un sondeo, si bien totalmente inexacto, un tanto representativo sobre la realidad que vivimos los estudiantes en la pandemia.

La población está compuesta por: un estudiante de licenciatura en Medicina General de sexto semestre de la Universidad de Durango, una estudiante de licenciatura en Innovación de Negocios y Mercadotecnia en la Universidad Tecnológica de Coahuila, una estudiante de licenciatura, que pidió que no especificara cuál, en la Universidad Autónoma de Coahuila, una estudiante de licenciatura en Criminología y Criminalística en la Universidad Vizcaya de las Américas, una estudiante de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y dos estudiantes de grado en Comunicación Audiovisual con Título Propio de Experto en Fotografía Digital en la Universidad Francisco de Vitoria y yo, que soy estudiante de licenciatura en Letras Españolas en la Universidad Autónoma de Coahuila.

La primera pregunta fue si creían que el virus iba a ser únicamente un problema asiático, y la mayoría me contestó que sí. Inclusive hubo quienes dijeron que no le estaban prestando realmente atención. Quienes sí creyeron que iba a ser una problemática a nivel global fuimos únicamente dos personas. De cualquier modo, nadie pensó que iba a afectar de una manera tan directa en cada una de nuestras vidas. En el mejor de los casos, se creía de un impacto indirecto en nuestra cotidianidad, como faltar un mes a clases o algo por el estilo.

Varias personas que forman la población mencionada me comentaron que tienen menguada la salud mental por trastornos previamente diagnosticados. Por dar un ejemplo, una persona tiene trastorno ansioso depresivo, aunque por respeto a su privacidad no especificaré quien. Estas personas actuamos de manera más precavida, aunque bien pudo ser en un inició un tanto de paranoia mezclado con alarmismo, al conocer que se había detectado el primer caso en el país. Las demás, exceptuando el estudiante de medicina, que no tiene ninguna condición que mengüe su salud mental, realmente lo tomaron como algo sin importancia.

Antes hablé sobre faltar un mes a clases, lo cual muchos creyeron que sería así. Particularmente una de las estudiantes de España dijo: “cuando dieron la noticia de confinamiento por dos semanas pensé que iban a ser sólo dos semanas”. La mayor parte creyó que serían vacaciones de Semana Santa extras, lo cual considero que fue porque el Secretario de Educación, Esteban Moctezuma, dijo la primera vez que se avisó de la Jornada Nacional de Sana Distancia que iban a “adelantar las vacaciones”. Realmente, las personas se lo comenzaron a tomar en serio después de la primera prórroga de la cuarentena.

Cuando comenzó la jnsd algunos de los estudiantes empezamos de inmediato con clases en línea, lo cual lleva al cuestionamiento de si realmente tenían el material necesario para poder llevar las clases así. Me fui con la inercia de creer que los que estamos en escuela pública íbamos a ser los que batalláramos con la situación en línea, y a pesar de que sí es así, también una de las estudiantes de Comunicación Audiovisual tuvo bastantes problemas técnicos a la hora de intentar tomar las clases. Al momento de utilizar la plataforma Blackboard le era imposible mantener la cámara, el audio y el micrófono encendidos al unísono, sólo podía usar uno a la vez. No obstante, con la aplicación Zoom no sucedía así, esto, más que una mala conexión de internet, remite a la optimización que tiene Blackboard, pues posiblemente utilice más recursos de lo que la laptop en cuestión tenía, haciendo que fuese, según sus palabras, “una completa odisea tomar clases en línea”.

Y aquí hago un paréntesis para obviar lo obvio, pero lo considero necesario: la tecnología es costosa y envejece pronto. Una laptop decente cuesta, cuando menos diez mil pesos. Si la mitad de la población vive en situación de pobreza, y el ingreso debe de ser menor a 2,542 pesos, en una zona urbana, para ser considerado como pobre, quiere decir que necesitas el salario de cuatro meses, sin gastar un sólo peso, para comprar una computadora decente. Y eso es sólo una computadora que hace el trabajo a medias. Una buena puede ir hasta doce o quince mil pesos. Y utópicamente se debe de cambiar una computadora, cuando muy tarde, cada cinco años, por el avance tecnológico que se realiza en tan poco tiempo.

Es decir, para la mitad de México es completamente imposible tomar clases en línea. Ahora para la otra mitad, existen problemas como le sucedía a la estudiante de mercadotecnia, que compartía su computadora con su hermana. ¿Cómo va a ser posible que tengan educación de calidad los estudiantes de México cuando se enfrentan a situaciones así?1

Recibir conocimientos de manera adecuada es complicado si no se tienen las condiciones óptimas, pero ¿y quién lo otorga? Ante el cuestionamiento de si los profesores tenían experiencia en este rubro, la respuesta fue un casi no uniforme. Exceptuando a algunos, que más que clases habían dado cursos en línea, tuvieron que aprender sobre la marcha junto con nosotros, y la falta de equipo para una educación virtual de parte de los profesores es importante, por no decir desesperanzadora. Si se tiene en cuenta que existe una población considerable de personas mayores de 55 años dando clases en universidades, y aunque existan excepciones extraordinarias, lo común es que entre más edad más desactualizado estás en el aspecto tecnológico. Así que, los profesores estaban sin equipo, sin experiencia y sin saber cómo utilizar las herramientas que tenían al alcance.

“Sólo dos profesores dieron la talla […] hubo profesores que desaparecieron de la nada”. Palabras textuales de una alumna de la máxima casa de estudios del país. Y no podemos caer en la tontería de decir ay, es que son chilangos. No, en absoluto, supuestamente son profesores de la mejor universidad de México y ante un problema como este fue preferible mandar trabajos esporádicos a adaptarse para que sus alumnos pudieran adquirir el conocimiento que se podía con todo y las limitaciones. Es lo que sucede cuando no se tiene vocación, cuando se ve al sector educativo como un trabajo más y no como lo que es: un maestro es un artista, afirmaba Rousseau en el Emilio hace algunos siglos, y las personas prefieren seguir fastidiando la educación de tanta gente a buscarse otro trabajo que no sea tan importante como lo es ser maestro.

Volviendo un poco a las preguntas, intentaré sintetizar las respuestas de varias en una sola. En general, los planes de todos, hablando de la población mencionada anteriormente. fueron cancelados o pospuestos debido a la pandemia, desde viajes familiares hasta conseguir empleos durante el verano. Si ya se despidió a una cantidad considerable de trabajadores, estos mismos son quienes tienen mejores posibilidades de volver a conseguir empleo que un recién egresado o un estudiante que busca trabajo de medio tiempo. La inexperiencia es el punto débil de todos los universitarios.
Hubo distintas respuestas cuando pregunté qué tipo de clases habían tenido. Existen varias personas como yo, que a duras penas hemos tenido contacto con profesores más allá de documentos que mandan e instrucciones para trabajos. No obstante, también hubo quien me dijo que se pasaba todo el día frente a la computadora, como si fuera una clase normal. Por supuesto que la universidad a la que pertenecían, reafirmando estereotipos, es privada.

Un sentimiento de incomodidad generalizado se puede sentir en los estudiantes cuando hablan sobre sus experiencias educativas pandémicas. No encontré a alguien que me dijera que se sentía realmente feliz con cómo se están manejando las situaciones, hubo inclusive a quienes se les pasó en algunas materias porque llevaban buenas calificaciones. De nuevo, se sobrepone el número al aprendizaje, es más importante decir que pasó todo el grupo a pesar de estar en pandemia a que el alumno realmente aprenda algo. Sonaba una real tontería reiniciar el semestre, pero en vista del éxito no obtenido para transmitir el conocimiento adecuado, al menos en los casos específicos que tengo documentados, pues la mayoría me dijeron que o no entendían los temas tratados en las clases, los entendían antes de la pandemia y ahora ya no, se les dificultaba más que de costumbre entenderlos o que sí los entendían, pero el costo a pagar era una falta de atención y concentración muy importante, se puede afirmar que este semestre ha sido a medio morir.

Copiar en los exámenes nace del hecho de hacer que el desarrollo y aprendizaje de persona pueda ser representada y medida con solamente números. La crisis sanitaria únicamente potenció esto, la gente copió aún más que antes, pues además de que era mucho más sencillo hacer trampa, desde el momento en que te representen con los mismos símbolos con los que se representa el dinero, la educación se convirtió en una competencia, y la competencia no es más que el inicio de cualquier guerra. Aunque he de mencionar, pues fue muy insistente, que esta estudiante en particular no hizo trampa en ninguno de sus exámenes, antes o durante la pandemia. La excepción hace a la regla.

La empatía es una virtud no encontrada en todas las personas, por ende, es entendible que todos dijeron que, cuando menos, tuvieron un profesor que mostró realmente poca empatía ante la pandemia. El sueño del oprimido es convertirse en el opresor, así que no extraña esa falta de humanidad y de madre mostrada por nuestros educadores ante una situación a nivel global. Porque podrás tener un familiar agonizante en el hospital, tus padres muertos porque necesitaron optimizar el equipo que tenían y llegó un imbécil más joven que se contagió por seguir intentando curar sus traumas de la infancia con alcohol, pero por favor, conéctate a las nueve de la mañana el lunes siguiente que tenemos examen y apresúrate con tu ensayo, que se entregaba hace dos días y no dan justificante médico en el imss para las enfermedades mentales.

Y esto me lleva a lo siguiente: la salud mental en la pandemia. A todos nos está afectando, en mayor o menor medida. Se tornan más difíciles tareas cotidianas, los hábitos comienzan a suponer un esfuerzo inhumano, el estrés y la irritabilidad están en el punto más álgido, y eso que no tenemos un estado de excepción, pero en España sí, y por muy mexicano que sea, la situación para un estudiante universitario allá es difícil, por evitar decir otra palabra altisonante, justamente por la cuarentena obligatoria que se implementó, como si no tuvieran una cantidad  exagerada de personas en el paro o gente en situación de calle, pobreza y demás.

Una de las estudiantes de Comunicación Audiovisual me describió muy detalladamente todo lo que sentía al haber sido privada de su libertad por el confinamiento, situación que bien pudimos haber tenido aquí en México. Una inquietud latente, claustrofobia y una pesadez en el cuerpo y alma han sido algunas de las sensaciones que se ha tenido por haberle obligado a vivir en esa jaula de oro. Porque sí, será primer mundo, y harán millares de pruebas diarias, y toda la parafernalia que ha estado haciendo el Ministerio de Sanidad, pero también no se está tratando a las personas más que como seres humanos, sino como perros metidos en una transportadora en un viaje interminable llamado estado de alarma.

Entre ataques de pánico, episodios de depresión, estrés y un hastío terrible, es más que lógico que se esté pidiendo la dimisión del presidente Pedro Sánchez y su gobierno. Lo culparán aún más la oposición de derecha, porque el individuo pertenece a un partido cuya ideología política se inclina hacia la izquierda, pero la incompetencia, la ambición desmesurada de controlar y dominar a los demás, aunada a una falta de humanidad siempre se ha encontrado en cualquiera de los extremos de la ideología política. Trump, Bolsonaro, López Obrador y Sánchez han actuado de una manera patética y francamente infantil ante un problema de gravedad internacional, han jugado con la vida de las personas a su antojo, y debido a esto, han sido asesinos involuntarios al no haber hecho su trabajo dirigiendo a sus países hacia la utopía que tanto promocionaban cuando candidatos. Ni hicieron a México primer mundo, ni volvieron a América grande de nuevo, y los cuatro representan posturas políticas de distinta inclinación, ya sea de izquierda o derecha. Y nosotros somos los que terminamos por resentirlo, los ciudadanos, los estudiantes.

Tener que utilizar cierto tipo de terapia de estudio para evitar la ansiedad terrible que corroe la mente, que los sentires más repetidos sean el pánico, el estrés, presión y el hartazgo son las consecuencias de un gobierno penoso y ridículo. También la pandemia ha hecho que nos hayamos sentido de este modo, pero es irrisorio pensar que no podría haber sido menos grave si se hubieran tomado mejores decisiones. No tendríamos otra fosa común rebosante de cadáveres con un letrero que reza “muertos por Covid”.

1Las estudiantes de Comunicación están en Madrid. Sin embargo, esto sirve aún más para reafirmar que en México no estamos listos para educarnos en línea. Tienen estos problemas en Europa, siendo primer mundo y demás. No es malinchismo, es la realidad.


sábado, 6 de junio de 2020

Off line

por Claudia Sofia De la Peña Ortiz



La enfermedad es el lado nocturno de la vida,
una ciudadanía más cara.
Susan Sontag



Obsesiva y cíclica. Es la visión primigenia en toda enfermedad pese a la réplica constante de la innovación. A los ensayos exhaustivos que se hacen por cesar dicha blasfemia, pues en una época en la que los recursos tecnológicos han contribuido a un sinfín de avances es imperdonable el desconcierto. Nuestros profesionales transitan con facilidad al plano de la herejía y es entonces cuando en los periódicos predominan encabezados referentes al sentido primitivo que procura a la propia integridad. El miedo.

[…] los trabajadores de la salud están bajo ataque […], […] la acusaron de “traer el virus", aumento de agresiones en México contra personal […] , Contusiones y un dedo roto por llevar uniforme son algunos de los títulos que se me han presentado al teclear el concepto que ahora se anexa al bagaje del tabú. COVID. Término que a la par posee un estigma implícito por significado, al conceder una imagen  distorsionada por la desinformación imperante y las fake news. Punto en el cual preciso hacer hincapié.

Durante las últimas semanas he visto cómo la veracidad oscila entre una cadena anónima y 60 minutos bien planificados. Entre el producto sensacionalista que el eufemismo vende y distribuye sin remordimiento y el usuario que se siente deludido; pero contribuye a su consumo leyendo únicamente el titular. Sin embargo, ninguno de estos aspectos discrepa tanto como las medidas de prevención promulgadas y  la realidad social para la cual se destinan, pues la generalización en la que se fundan excluye a quienes no representan un individuo para el sistema.

Vendedores ambulantes, empleadas domésticas, indigentes, migrantes, población de escasos recursos son algunos de los omitidos. De las prioridades minoritarias para los planes de control que solo abogan por quienes pueden financiarlos. Tal y como lo argumenta la periodista Viridiana Ríos en su nota Los cambios que demanda el coronavirus en México, al sostener, y con justa razón,  que nos enfrentamos a una enfermedad desigual y desigualizante. Al acto que descompensa transgrediendo las esferas constitutivas de lo habitual.

Aunado a lo anterior una de las “estrategias” que se implementaron, y he observado con cercanía gracias a mi posición de estudiante, es la ya acreditada educación virtual. Con el transcurso del ciclo y la prolongación de la cuarentena, encontré diversas opiniones sobre esta elección en redes sociales por parte de la comunidad estudiantil. Compañeros de carreras de Enfermería, Psicología, Químicas, Derecho e Ingeniería exteriorizaron las tensiones derivadas de la nueva modalidad puesto que esta se experimenta más como una técnica acumulativa que educativa.

La necesidad de exhibir su eficacia no es solo demandante; sino también insuficiente porque los elementos que construyen el saber se encuentran en su capacidad ínfima. Se refugian en un medio aislado respecto a los componentes que intervienen en el proceso de enseñanza-aprendizaje. No hay catedrático. No hay estudiante. Solo un estado activo en el cual se simula sobrellevando el obstáculo con la exigencia de papeleo, porque la educación, continúa asentada en un enfoque puramente administrativo. No afecta la deficiencia si existe una certificación que alegue lo contrario. 

De ahí que la posibilidad de adaptar un programa a las auténticas necesidades sea casi nula. Retornamos a la problemática de la generalización antes mencionada; pero esta vez en el ámbito escolar. Asimismo emergen sus minorías. Los que no poseen los servicios “básicos” que condicionan el ser universitario. Que dotan de privilegio a la formación tornándola selectiva. Paridad que me remite a un factor conexo a la negligencia expuesta por la pandemia, pues el sector salud no fue el único al cual se causó detrimento.

La ejecución de las clases en línea me hizo cuestionarme si este tipo de método tenía el mismo defecto previo a la contingencia porque, de haberse contemplado, no sería lo que actualmente pretende objetar. El modelo maneja plataformas en las cuales las herramientas que corresponden a la recepción de actividades y difusión de contenido son sencillas en su uso; no obstante, hay que cavilar que, pese a sus múltiples funciones, estas no fueron planificadas para la didáctica.. De hecho al investigar del tema encontré que esta modalidad   “[…] no fue diseñada por las instituciones educativas; sus principales promotores han sido las empresas de bienes y servicios […]” (Héctor Barrón, s.f., p.2).

En palabras concisas no es un programa pertinente para el estudio. Sus propósitos no están pensados en el educando; sino en la adquisición masiva del conocimiento que este debe poseer, finalidad que conduce a la transgresión de los límites entre el espacio escolar y el personal, generando un sentir repetitivo y desgastante en el cual no es factible el descanso. Como aludí al inicio se trata de una visión cíclica y obsesiva. Peor aún desmotivante porque diluye el verdadero sentido de la enseñanza suscitando la procrastinación.

Al ser consciente de ello me pregunto ¿qué habrá más allá? Me refiero en el  lado docente ¿cómo se experimenta esta situación? En casa dos integrantes de mi familia se desempeñan como educadores. Uno en sector privado y otro en público. El primero me comentó que no ha percibido ninguna dificultad ya que la institución, además de brindarle los recursos necesarios para desarrollar sus clases (material, licencias para plataformas limitadas, etcétera), creó un portal en el que los integrantes del colegio (tutores, catedráticos, directivos) tienen acceso a planeaciones y demás medios didácticos con el fin de verificar la respuesta del alumnado.

Sin embargo, este panorama también dispone su contraparte. Atención personalizada fuera del horario de servicio, actividad laboral en Semana Santa, e incluso, asistencia presencial en las instalaciones de la escuela son algunos de los “deberes” que se añaden a su cometido. El tiempo profesional no respeta confinamientos, días inhábiles ni asuntos personales. Debe procurarse cada punto, resolverse, y a todo costo, evidenciarse en la forma más palpable puesto que la funcionalidad del mecanismo pende de su exposición.

En la segunda óptica se me compartió un énfasis mayormente orientado a las interacciones, debido a que los planes para los estudiantes se situaron desde este contexto y el adecuarlos, advirtiendo el desafío que representa para la comunidad acceder a servicios,  la ausencia de infraestructura y de capacitación de los docentes para aplicar sus labores mediante técnicas virtuales, es un reto significativo. Circunstancia que aumenta la angustia a pesar de obtener un resultado, deficiente; pero satisfactorio según las expectativas de esta modalidad.

Es ostensible que de ambos ángulos yace un desequilibrio notorio ya sea desde la organización o desde la escasez, e independientemente del remedio que figuran dichas medidas para el escenario, aún se carece de instrumentos que ayuden a promover una genuina transformación para solucionar la contrariedad.  Relativo a esto un compañero mío me aportó otro criterio valioso. El afrontamiento de una estrategia que instituye un programa único, donde se unifica a las diversas asignaturas de una variedad de profesiones.

Ejemplo de ello es la distancia abismal entre una licenciatura como la mía, en la cual puedo ejecutar mis actividades sin requerir de un componente tan específico y lamentablemente inviable como la presencia, y otra relacionada al campo de la salud. Medicina, odontología, enfermería, química, son ramas en las cuales sus soportes radican en las prácticas de campo o laboratorio; pero con lo que acontece, ¿cómo se resarcirá la pérdida de conocimientos si las condiciones siguen en una coyuntura  desfavorable y el ciberespacio no solventa tal privación?

Prueba de este traslado ilusorio a la práctica y falta de efectividad se presentó también en un curso que inicié a finales de marzo y concluí a inicios de abril para solventar la descompensación que obtuvo mi materia de Didáctica de la literatura. El temario se constituyó por cuatro apartados: orientación del aprendizaje, métodos y procedimientos, evaluación y categorías didácticas. Cada uno, a su vez, se segmentó en 12 tópicos. Tuve la libertad de distribuir e intercalar tareas, exámenes y contenido dentro del tiempo programado sin desestabilizar los quehaceres del semestre.

No obstante, esto me permitió observar una serie de fallos a lo largo de su duración. En los módulos algunos contenidos presentaban incongruencias al poner evaluaciónes antes de profundizar en los conceptos. Cabe aclarar que no se trataba de pruebas diagnósticas donde esta clase de planifcación está justificada. Asimismo la redacción de las instrucciones fueron ambiguas. Algunos ejercicios me generaron confusión al momento de realizarlos, y cuando traté de resolver mis dudas comunicándome con mi facilitadora, no conseguí contestación. Actitud que no fue intencionada puesto que la platafoma necesitó mantenimiento desde el comienzo del curso y solo se otorgó una vez concluido.

Testimonios, notas periodísticas, mi propia experiencia. Son solo una pequeña reiteración de los daños colaterales que ocasiona, no una enfermedad; sino su olvido. COVID,  once años antes, A H1N1, y once años después, ¿qué? ¿Cuántas veces vendrá para priorizar lo que nunca ha sido priorizado? Quizá en el oncenio alguien vuelva a cuestionarse lo que ahora me cuestiono porque, en el mismo error, no se pierde la vigencia. Eso sí, los intereses son más altos. En la posteridad, ¿quién asegura que ellos, tú o yo podamos financiarlo nuevamente?

[...] A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar. (Sontag, 1996, p.7)
          


Referencias
Ø  Almudena Barragán, Darinka Rodríguez. (14 de abril del 2020). “Me gritaron ‘traes el Covid’ y me escupieron”, las enfermeras en México sufren ataques por miedo al contagio. (14/05/2020). En verne.elpais.com recuperado de: https://verne.elpais.com/verne/2020/04/13/mexico/1586810735_002679.html
Ø  El universal. (9 de abril del 2020). Nueva agresión a enfermero: le tiran cloro. (14/05/2020). En yucatan.com.mx recuperado de: https://www.yucatan.com.mx/mexico/nueva-agresion-a-un-enfermero-le-tiran-cloro
Ø  Héctor S. Barrón. (s.f.). Seis problemas de los sistemas universitarios de educación en Línea. (14/05/2020). En um.es recuperado de: https://www.um.es/ead/red/12/barron.pdf
Ø  Kirk Semple. (28 de abril del 2020). ‘Miedo de ser enfermera’: Los trabajadores de la salud están bajo ataque. (14/05/2020). En nytimes.com recuperado de: https://www.nytimes.com/es/2020/04/28/espanol/mundo/ataques-enfermeras-medicos-virus.html
Ø  Sontag, Susan, La enfermedad y sus metáforas El sida y sus metáforas, Titivillus, España, 2016.
Ø  Viridiana Ríos. (18 de mayo del 2020). Los cambios que demanda el coronavirus en México. (14/05/2020). En elpais.com recuperado de: https://elpais.com/opinion/2020-05-18/los-cambios-que-demanda-el-coronavirus-en-mexico.html




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